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domingo, 27 de abril de 2014

Día del Libro 2014 con García Márquez (II parte)

En el día del Libro continuamos la historia de "El amor en tiempos del cólera" de García Márquez.

Era inevitable, el olor de los almendros amargos le recordaba siempre el destino de los amores contrariados. El doctor Juvenal Urbano lo percibió desde que entró en en la casa, todavía en penumbras, a donde había acudido de urgencia para ocuparse de un caso que para el había dejado de ser urgente hacía muchos años. Lo recordaba como si fuera ayer; era primavera y le avisaron para atender un accidente. Una gran hemorragia de sangre emanaba de la pierna al paciente; un hombre, que rondaba los cincuenta años, con el pelo canoso con la ropa de trabajo rasgada y un rostro en el que se reflejaba el dolor.
Se dirigió hacia el médico y le preguntó con una voz temblorosa si saldría de esta y se podía recuperar. El médico decidió no mentirle; tendría que someterse a una intervención quirúrgica en la que su vida corría peligro...

Era inevitable, el olor de los almendros amargos le recordaba siempre el destino de los amores contrariados. El doctor Juvenal Urbano lo percibió desde que entró en en la casa, todavía en penumbras, a donde había acudido de urgencia para ocuparse de un caso que para el había dejado de ser urgente hacía muchos años. Necesitaba ver a aquella chica de ojos marrones que cuando era niño le curaba los dolores típicos de cualquier niño pequeño. Aquella chica, hoy ya mujer, le trasmitía una sensación buena cada vez que le miraba con esos ojos sinceros y tímidos. Era bailarina y cada vez que se movía, provocaba en él la admiración constante. Su cuerpo se movía al son de la música y él cada vez se iba enamorando más y más de ella. No fue capaz de decírselo nunca, porque pensaba que, si lo hacía, acabaría con su amistad. Estaba hecho un lío; no sabía a dónde ir, o qué hacer. Solo quería escapar de todo y huir. Por eso decidió mudarse a un pueblo al Norte de España, a Cantabria. Allí podría ser feliz. Y lo fue.
Viví un montón de aventuras pero cuando me aburrí, hice las maletas y me fui a vivir a otro lugar. Cuando iba en el coche, sin darme cuenta, atropellé a un animal. Después de esa escena me di cuenta de lo que quería a los animales así que lo primero que hice, una vez que estaba instalado en mi nuevo hogar, fue comprarme un pájaro y un perro que me hicieran compañía en los largos inviernos en soledad. Alguien que me quisiera por lo que soy y no por mi dinero. Aquella sociedad me había demostrado que la felicidad había que pagarla. Por eso decidí hacerme ermitaño junto con mis animales. Me mudé al campo y organicé una granja llena de animales, entre los que tuve especies exóticas. El día a día no estaba exento de sorpresas. Aún recuerdo cuando se me escapó un toro y tuve que salir corriendo tras él. En una de esas salidas conocí a un ermitaño y nos hicimos muy amigos; compartimos muchas tardes juntos y fue pasando el tiempo y fortaleciéndose la amistad hasta que llegó a convertirse en un hermano para mi.  


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