Muchos años después
frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía
habría de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a
conocer el hielo. Tenía cuatro años cuando esto ocurrió. A
Aureliano le sorprendió la inmensidad de aquel paraje helado, era
como un extenso océano blanco. Le encantó ese lugar, se sentía
como en un sueño, no quería irse de allí, pero tuvo que regresar
porque se dejó algo muy importante.
En su casa le esperaba si hijo que después de muchos años habia dejado las drogas. Estaba tirado en el sofá, contemplando la tele apagada. De pronto, encendió la tele y salió un anuncio con el que se sintió muy identificado ¿Quieres dejar aquello que te esclaviza? Sin dudarlo, se fue y comenzó un proceso de desintoxicación. Allí conoció a la que fue su alma gemela, a la cual podría haber amado hasta el fin de sus días de no haber ocurrido aquello: esa desgracia que trastornó su vida para siempre. La muerte no anunció su llegada, se presentó como una exhalación: María murió al tragarse un hueso de pollo que se le coló por el conducto respiratorio. No pude evitarlo, el sentimiento de culpa se apoderaba de mi. Todas las noches soñaba que ella volvía y podíamos vivir juntos una nueva vida. Muchas veces pienso en dejar este mundo cruel y mezquino. Todos los días eran iguales, siempre la misma rutina. Nada tenía sentido sin ella, los pasos por la calle, las madrugadas, etc... Sentía que empezaba a volverme loco y no podía controlarlo. Entonces decidí dar un giro a mi vida. Las cosas no podían seguir así. No podía pasarme todos los días con sus noches. Pensé que un cambio nunca viene mal y mucho menos si es para mejorar. Comencé a salir con mis amigos de la infancia a los que hacía bastante tiempo que no veía. Me apunté a una ONG para ayudar a los demás. Pasaron los días y todo parecía que iba mejor, pero de pronto, las desgracias volvieron a llamar a la puerta...
En su casa le esperaba si hijo que después de muchos años habia dejado las drogas. Estaba tirado en el sofá, contemplando la tele apagada. De pronto, encendió la tele y salió un anuncio con el que se sintió muy identificado ¿Quieres dejar aquello que te esclaviza? Sin dudarlo, se fue y comenzó un proceso de desintoxicación. Allí conoció a la que fue su alma gemela, a la cual podría haber amado hasta el fin de sus días de no haber ocurrido aquello: esa desgracia que trastornó su vida para siempre. La muerte no anunció su llegada, se presentó como una exhalación: María murió al tragarse un hueso de pollo que se le coló por el conducto respiratorio. No pude evitarlo, el sentimiento de culpa se apoderaba de mi. Todas las noches soñaba que ella volvía y podíamos vivir juntos una nueva vida. Muchas veces pienso en dejar este mundo cruel y mezquino. Todos los días eran iguales, siempre la misma rutina. Nada tenía sentido sin ella, los pasos por la calle, las madrugadas, etc... Sentía que empezaba a volverme loco y no podía controlarlo. Entonces decidí dar un giro a mi vida. Las cosas no podían seguir así. No podía pasarme todos los días con sus noches. Pensé que un cambio nunca viene mal y mucho menos si es para mejorar. Comencé a salir con mis amigos de la infancia a los que hacía bastante tiempo que no veía. Me apunté a una ONG para ayudar a los demás. Pasaron los días y todo parecía que iba mejor, pero de pronto, las desgracias volvieron a llamar a la puerta...
Muchos años después
frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía
habría de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a
conocer el hielo. Era frío, húmedo y suave. Aquel día, la sierra
de Navacerrada estaba más nevada que nunca y había incluso restos
de hielo por las esquinas. Empezamos a jugar con el hielo y con la
nieve, fabricaron incluso un gran muñeco de nieve.
De repente el muñeco
comenzó a moverse y se unió a nuestra guerra de nieve. Empezamos
una gran guerra, corriendo de un lado para otro como si nos fuese la
vida en ello, sintiéndonos como niños.
Ns gustaba el tacto de la
nieve con nuestra piel. Parecía que habíamos retrocedido en el
tiempo ya que hacía mucho tiempo que no nos reíamos tanto. Las
bolas de nieve nos golpeaban en la cara, pero nos daba igual éramos
felices y lo demás, sobraba.

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